Volar con Ryanair no es la mejor expectativa que se puede tener. Te levantas a las cuatro de la mañana con un viaje de placer de cuatro días por delante, pero la sola imagen de viajar con la compañía del arpa dorada te da sensación de hastío. Sobretodo porque la estrechez de asiento, combinada con el escaso espacio para las piernas, no te dejan adoptar una posición correcta para apaciguar el sueño. De hecho, la gran mayoría de turistas que logran dormir en sus aviones acaban pareciendose a uno de esos pollos de plástico amarillo (de cuerpo rígido y con la cabeza colgando a un lado).
Schönefeld (campo bonito en alemán) es un nombre un tanto idealizado para tan feo aeropuerto. Fue un aeropuerto militar que pasó a recibir las llegadas de compañías aéreas de bajo presupuesto. Pero su futuro es brillante: pasará a ser del tercer aeródromo en importancia en Berlín a ser el único. Primero fue Tempelhof (situado en zona 2) el que cerró sus puertas. Y le seguirá Tegel. En 2011 abrirán las nuevas pistas y terminales de Schönefeld que acogerán a más de 55 millones de viajeros al año. Entonces sí que su nombre hará justicia. Y, a pesar de estar situado en las afueras, está muy bien conectado con el centro a través de metro (U-bahn=unterbahn=metro) y de tren de cercanías (S-bahn= stadtbahn).
Al igual que, al unirse las dos Alemanias en 1989, Berlín se deshizo de Bonn y pasó a ser la capital, al caer el muro de la vergüenza Alexanderplatz (Alex para los conocidos) se convirtió en el centro de la urbe. Llegar a dicha plaza causa conmoción, porque para muchos la época comunista en Europa acabó cuando aún nos chupábamos el dedo (claro está que yo hacía trampas, porque dejé el vicio a los once. Así que todavía poseo recuerdos de entonces). La arquitectura de la zona y la proximidad de la Karl Marx Allee (antigua Stalin Allee) te hacen sentir estar en Moscú (aún no habiéndola pisado nunca). Dicha avenida es inmensa, y su asfalto tiene el privilegio de ser el más resistente de toda la ciudad (normal, por ahí transitaban las carrozas de combate siempre que había desfile).
KARL MARX ALLEE
El pirulí de la ciudad es el icono más famoso. En un principio uno no entiende el porqué. Pero cuando el avión está aterrizando, echas una ojeada por la ventana y lo único que se distingue en la distancia a unos 10 kilómetros es esta estructura de hormigón, empiezas a hacerlo. Una vez en la ciudad, te acecha estés donde estés. Lo ves detrás de las torres afiladas de las iglesias, a través del aparador de alguna tienda, mediante el reflejo en cualquier edificio de oficinas...hasta en el hortera diseño de las paredes de ciertas líneas de metro. Y es que sus 360 metros de altura no son ninguna minucia.
Como la primera vez que visite Berlín me alojé en un piso en la zona oeste (a un tiro de piedra del “Passeig de Gràcia" berlinés: Kurfürstendamm), opté por alquilar un maravilloso estudio en el este. Y fue un acierto, porque el barrio donde se encontraba (Prenzlauer Berg) se ha convertido en el más de moda por sus innumerables tiendas, restaurantes y sus bohemios habitantes. Es decir, que la gente con poco dinero del oeste encontró gangas en el este, y los negocios empezaron a florecer, al igual que la renovación de pisos y fachadas. Y, con ellos, la habitabilidad del área mejoró.
IMÁGENES DE PRENZLAUER BERG
Después de dejar los bártulos, nos dedicamos a buscar cual posesos un lugar donde comer. Kollwitz Platz y sus calles adyacentes son conocidas por la variedad gastronómica que se puede encontrar. Acabamos en un precioso pub alemán engullendo un desayuno italiano (Sílvia) y uno inglés. Descoloqué un tanto a la camarera cuando le pregunté si las salchichas del almuerzo inglés eran alemanas, y no supo qué responder. Menos mal que pude comprobar que, efectivamente, eran sabrosas y hechas de carne (y no de varios órganos blandos de cerdo e insípidas como en el Reino Unido).
CAFÉ KOST
Para bajar la comida nos llegamos hasta el monumento al Muro de Berlín, pasando por un mercadillo muy concurrido donde una gran mayoría de asistentes se había hecho con alguna pieza de decoración, armarito, lámpara...Pudimos comprobar que hasta la gente joven aprecia una antigüedad, y que muchos de ellos decoran sus casas o tiendas dejando de lado la moda y el diseño.
Se puede observar un largo trecho de Muro (die Mauer) desde lo alto de una plataforma. Nosotros decidimos echar un vistazo a pie de calle, donde pudimos ver fotografías de antaño del lugar y leer la historia de semejante aberración. Una pequeña iglesia se encuentra en el mismo lugar donde se elevaba otra inmensa de ladrillo rojo que fue derruida por los comunistas porque impedía el trazado del Muro. Pero, aun siendo ateos, éstos dejaron en pie un gran número de templos.
Al día siguiente, la jornada de nuestro aniversario, caminamos bajo los tilos de la avenida más emblemática: Unter Den Linden. Ésta lleva a la Puerta de Brandemburgo, desde donde se abre otro mundo completamente diferente. Primero, uno se topa con la frondosidad del Tiergarten (el inmenso espacio verde donde se celebra cada año la Love Parade) y en cuyo centro se encuentra la columna con el ángel dorado que vi por vez primera en un video de U2. A la derecha se alza la majestuosa cúpula del Reichstag diseñada por Norman Foster (a la cual no tuvimos ni tiempo ni ganas de acceder por la enorme cola de entrada). A la izquierda, el monumento a los judíos (un laberinto de supuestas tumbas negras de diferentes alturas que hacen las delicias de los niños y no tan jóvenes, tan sólo aguada por la insistencia de los guardias de seguridad en que ninguno se subiese a ellas). Y más allá se vislumbra el Sony Centre, el conjunto de edificios comerciales con su cúpula ultramoderna.
SONY CENTRE Y TIERGARTEN
MONUMENTO A LOS JUDÍOS
ARTISTAS DE CALLE SALUDANDO A LOS COMENSALES DE UN LOCAL
BERLINER DOM (CATEDRAL) Y, COMO NO, PIRULÍ
Hay varios puntos repartidos por la ciudad desde los cuales se puede obtener una buena panorámica de ésta. Uno de ellos se encuentra en Potsdamer Platz. Se puede acceder a lo alto del edificio con el ascensor mas rápido de Europa (8.9 metros por segundo). Gracias a ello, Sílvia no se entero del trayecto y no le dio un ataque de ansiedad. A mí me asusto más el look del ascensorista (pelo negro engominado para atrás, alto, de piel muy blanca y con voz de ultratumba). Era como estar con un zombie...y era mal lugar para acompañarse de semejante ser, ya que lo que sube rápido, baja aún más veloz. Y no quería acabar perteneciendo a su misma especie...
POTSDAMER PLATZ
EDIFICIO CON EL ASCENSOR MÁS VELOZ DE EUROPA
OFICINAS DE DB (DEUTSCHE BAHN...QUE NO BANK)
Acabé el viaje sin probar el delicioso Haxe (codillo de cerdo). Una vez le retiras la grasilla que lo adorna, junto con la piel que lo recubre, es una maravilla hasta para los tiquis-miquis como yo. Pero, bajo los arcos de una de las vías elevadas de metro, probé otra de las especialidades del lugar: la bulette. Una hamburguesa de ternera y cebolla frita que se deshacía en la boca y cuyo sabor poco tenía que ver con el de las frikadelle, aún compartiendo la gran mayoría de ingredientes.
AQUÍ COMIMOS LA BULETTE
A continuación nos dirigimos caminando a Gendarmen Platz, donde dos iglesias idénticas se retan día si, día también. La única diferencia es que una es francesa y la otra alemana. Calle abajo se llega a Check Point Charlie, el punto fronterizo controlado durante la larga vida del Muro por las tropas americanas.
GENDARMEN PLATZ
CHECK POINT CHARLIE
Y más allá se encuentra el barrio de Kreuzberg (así llamado por la cruz de hierro -kreuz- que Schinkel diseñó para conmemorar una victoria alemana sobre las tropas napoleónicas y que está situada en la cima del Viktoria Park, que es a su vez el punto mas alto de la capital, cuyos habitantes se ve que tienden a confundir con un monte –berg-). Este barrio se podría considerar como una pequeña Istambul ya que, al encontrarse rodeado por el Muro por nada menos que tres lados, tan sólo gente obrera se instalaba en él. Los capitalistas no se interesaron por la zona hasta que la “pared” desapareció. Y en aquél entonces la gran mayoría de mano de obra que llegaba lo hacía desde Turquía y se acomodaba aquí.
De camino a casa paseamos por Oranienburg Strasse. Antiguamente era el barrio judío por excelencia. Hoy día ha sufrido una transformación similar a la de Brick Lane (de mayoría hebrea pasó a serlo de musulmana). A pesar de ello, mantiene una espléndida sinagoga con sus cúpulas abombilladas, y un par de cafés y de tiendas donde sirven/venden artículos hebreos.
A día de hoy está repleta de bares y restaurantes "fashion", a excepción del Tacheles (un enorme edificio de estética okupa donde se celebran todo tipo de veladas socio-culturales).
El martes nos alejamos del centro y acabamos en Spandau (y no, no en el ballet), situado a las afueras. Se trata de una especie de Sarrià de pequeñas dimensiones. Los Spandauer dicen que van a Berlín, y no al centro de la ciudad a la que pertenecen, como muestra de su independencia ideológica. Y tienen fama de rarillos unas millas más al este. Su punto fuerte es la ciudadela militar. Como el día resultó ser frío y gris, nos pareció un tanto deprimente.
De vuelta al centro nos bajamos en Savigny Platz para merodear por la zona oeste. Comimos en un diminuto local que servían aquel día paella y sopa (y luego me quejo de los chinos que visitan Londres y se meten a comer en un oriental). Cerca estaba Kurfürstendamm. Fue cuando nos dimos cuenta de que la diferencia social no sólo no había disminuido, si no que se había radicalizado. Cualquier atisbo de capitalismo que habíamos encontrado a faltar en el este apareció multiplicado a la potencia en esa avenida. Empezando por los dependientes de las tiendas (unos amargados) hasta los inquilinos de las terrazas (unos estirados), pasando por los habitantes del barrio (ricos arrugados).
No fue una gran sobremesa aquella. No encontramos un café decente ni una pastelería (debía aprovechar que los dulces germanos estaban tan al alcance de la mano) hasta que llegamos al KaDeWe. Se trata de una especie de Harrods (mucho mejor, a mi parecer, que la atracción turística de Knightsbridge) cuyas dos plantas superiores son un oasis para los amantes de la comida. Pagamos un ojo y medio por un par de espressos, pero al menos venían acompañados de amarettos. Y, para acabar con mi gula, me hice con una mini pasta árabe de euro y medio que supo a gloria. Tapó el agujero de mi estomago, pero casi abre otro en mi bolsillo.
Saliendo del "almacén del oeste" (Kauhof Des Westens = KaDeWe) decidimos visitar otra barriada del sur: Schöneberg. En éste no se intuía monte alguno, a pesar de la promesa de ser bonito. Se trata de una especie de Kreuzberg, menos obrero, más de clase media. Menos turco, más europeo. Pero sin poseer tanto carácter como su vecino. Nos sorprendió el hecho de ser hora punta y, a pesar del tráfico de vehículos y de peatones, que la tranquilidad y el silencio reinasen en el corazón del barrio.
La ultima jornada la dedicamos a revisitar lo que mas nos había gustado. El barrio judío, de nuevo, acaparó parte de la mañana, para cerrarla con una visita al Pergamom Museum. Se trata del museo más importante de la “isla de los museos” (ínsula donde se hayan los museos antiguo y nuevo de antigüedades, la galería nacional "antigua", el museo Bode y el ya antes mencionado Pergamom).
BODE MUSEUM
Poco antes de entrar nos tomamos un pequeño break en una panadería que ofrecían los típicos bocadillos hechos con diferentes tipos de panecillos. Sílvia practicó un poco su alemán, pero quedó claro que debía mejorarlo. La tomaron por un pelo ambiciosa cuando pidió un bocadillo de "Kaiser" en vez de "Käse" (también conocido como queso).
BOCADILLO DE KAISER
El museo Pergamom está dedicado a las maravillas encontradas en la antigua ciudad griega de Pérgamo (en la actual Turquía). Sus puntos destacados son el altar de Zeus (con un friso de mas de 130 metros de largo repleto de esculturas), la puerta del mercado romano de Mileto (actualmente en pleno proceso de restauración), y la magnífica e impresionante puerta de Ishtar. ¿Que qué es? ¡¡Mirad en Google y disfrutad de su belleza!! Es una recomendación, ya que estaba prohibido hacer fotografías y no pudimos tomar ninguna instantanea.
Al salir, a falta de comida tradicional alemana, nos sentamos en un vietnamita el personal del cual se lo tomaba con demasiada paciencia. La comida se basaba en el arroz (como no). Los noodles eran de dicho producto, al igual que la masa que envolvía los rollitos de primavera al vapor y algunas de las bebidas.
Para finalizar nuestra estancia, y antes de regresar al “campo bonito”, nos despedimos de “Alex”, admiramos el pirulí iluminado al son de música tradicional (ya que se estaba celebrando la tradicional feria de la cerveza), visitamos el Nikolaiviertel (barrio construido en 1987 siguiendo los cánones arquitectónicos de principios del siglo XVIII), y partimos hacia el aeropuerto.
¡HASTA EL PRÓXIMO VIAJE!