dissabte, de setembre 03, 2005

EL PIANO NO ME DEJA TRABAJAR

Me levanto y me doy cuenta de que me quedan siete días más por delante para sufrir madrugones, gente medio borracha en el metro y, aunque aún es verano, la oscuridad que noche a noche se va alargando.
Al llegar al trabajo a semejantes horas intempestivas, uno tiene la suerte de disfrutar de la calma de la mañana, del olor a zumo de naranja recién exprimido y de la ausencia de los superiores.
Pero hoy es diferente. Es sábado y el piano está hambriento de vibraciones. No son ni las nueve cuando el pingüino aparece con su yeísmo y empieza a acariciar las teclas (según su lenguaje, aporrear según el mío) para enturbiar mi trabajo y dejarme sordo (no oigo la centralita, ni a los clientes, ni siquiera a mis compañeros preguntando cómo llegar a Port Aventura para acto seguido comentárselo a algún huésped despistado que piensa que está en Gràcia).
Me quedan cinco horas para tachar una casilla en el calendario.