dissabte, de desembre 16, 2006

HACE UN AÑO…


Sauchiehall Street diciembre 2005

Estaba yo por tierras de Hibernia recorriéndome junto a Sílvia las calles menos recomendables de Glasgow y las más concurridas de Edimburgo.
El reloj no se para y los granos de arena van cayendo a la esfera inferior. Poseo un recuerdo tan vívido de aquellos días (sería capaz de recorrerme ambas ciudades sin la necesidad de un mapa en el que apoyarme) que me parece mentira que de por medio haya habido Barcelona y Londres.
Antes de llegar al país más nórdico de las Islas Británicas ya nos dimos cuenta de cómo las gastaban sus pobladores: el agua de la vida (whiskey) no paró de bailar de la botella a los vasos de plástico y a uno de nuestros compañeros de vuelo no se le ocurrió nada más que gritar “excellent, excellent” después de realizar un aterrizaje bastante turbulento debido a las enormes ráfagas de viento.
Fue entonces cuando nos dimos cuenta de la gran diferencia de los Scots con sus vecinos del otro lado del Hadrian Wall (muro construido por los romanos en la actual Inglaterra para evitar ataques de los “salvajes del norte”). Son desinhibidos sin alcohol en la sangre y graciosos con él. Los otros son cínicos antes de las seis de la tarde y desvergonzados más allá del horario de oficina.
No sé qué es más deprimente: llegar a Glasgow de día o de noche. No lo puedo comparar ya que sólo llegué una vez. Pero en una ciudad tan industrial prefiero el negro al gris, así que tuvimos suerte.
La estación principal (hay dos separadas por menos de una milla de distancia, obligándote a recorrerla si tu destino final es Edimburgo) no impacta como lo hace la de Amberes. Pero empiezas a sentir una atmósfera juvenil, alternativa y agradable. Nada más subir a un autobús preguntamos al conductor sobre el albergue local y éste no dudó en echar el freno de mano y explicarnos durante más de un minuto cómo llegar mientras los pasajeros seguían hablando, mirando por la ventana o recuperándose del pub.
Por cierto, el albergue está situado en una zona magnífica. Una especie de montículo en el que se aposenta uno de los barrios más acomodados y que está coronado por dos iglesias enfrentadas en la cima. Lástima del olor rancio a pies de backpacker australiano que impregnaba la habitación.
Tardamos unos minutos en descubrir la idiosincrasia de la ciudad y tuvimos unos días para saborearla: durante el primer paseo nocturno pasamos por la zona de bares musicales y nos sorprendieron las canciones de un grupo cuyos componentes tocaban disfrazados de…¡¡vikingos!! Con cuernos sobresaliendo de unos cascos grotescamente enormes y trenzas rubias cayendo a ambos lados de las cabezas.
Otras curiosidades son la estatua ecuestre que hay en el centro cuyo jinete tiene por sombrero un cono de tráfico (si no os lo imagináis, coged cualquier guía para comprobarlo. Siempre está allá y pobre de aquél que se atreva a arrebatárselo), el centreo de convenciones (SECC) con forma de armadillo, la plataforma panorámica a la cual no se puede acceder por deficiencias continuas de los ascensores además de un ligero balanceo de la estructura metálica que la sujeta, o el imposible acento con el cual cantan el inglés.
Pero dos de las visitas imprescindibles son los campos del Celtic y del Rangers. El club de azul fue fundado antes y en él sólo podían jugar protestantes. Hasta que un cura de origen irlandés creó otro a semejanza para sus fieles católicos. Desde entonces la rivalidad entre ambas entidades ha sido tan violenta que podríamos extrapolar el conflicto irlandés a los terrenos de juego de Glasgow.
El estadio del Rangers está en un barrio al que llega el semi-metro y el diseño de su fachada no es nada convencional. ¡Nunca antes había visto tanto ladrillo en un campo!
El del Celtic (The Eden) está muy alejado y sólo se puede llegar en coche o haciendo un par de cambios en transporte público. Su estructura es ligeramente más compleja, pero encaja más con el perfil de la urbe: 100% metal, pnitado, como no, de verde y blanco.
Después de mucho andar para admirar ambos recintos, marchamos escopeteados hacia la capital.
Nada que ver: cuidada, imponente, verde y muy comercial. Pero no dejó de parecerme una pequeña Londres con un mayor contacto con la naturaleza y sus inclemencias meteorológicas.
Recomendable es subir al monte……y admirar la panorámica. Es como estar en las Highlands y tener a tus pies una vista infinita de casas majestuosas a un lado y al otro el azul grisáceo del mar.
Sílvia me agradeció no arrastrarla a los campos del Hearts y del Hibernian.

Glasgow es una chica que escucha Franz Ferdinand y Belle and Sebastián, viste ropajes sin importarle la moda imperante y que, a pesar de ser consciente de la crudeza de la vida, sabe disfrutar de ella.
Edimburgo es una bella adolescente que escucha Girls Aloud y Kelly Minogue, se gasta el sueldo en Zara y que acabará teniendo una criada a sueldo una vez casada con el novio de toda la vida.

1 comentari:

Anònim ha dit...

oooh!!! jo també vull anar-hi! :p mola! wualaaaa jejeje i k bo això del "cono de táfico" que porta el genet al cap! k graciós! ja buscaré per internet la foto! un besuuuu!